miércoles, 20 de agosto de 2008

Ahora que debo marcharme…

... llevo algunos días con la lectura concluida y no puedo apartar la mirada de aquellas palabras. Estas de aquí las tengo a menos de un palmo de mi cara, las toco, las huelo corrientes húmedas profundas. No miro las palabras, estoy en ellas, soy una más de hoja regular. De alguna manera son las palabras quienes me controlan. Podría pensar que estoy sentado en la camilla con la taza de café caliente negro humeante que imagino, pero basta con mirar alrededor para saber que ahora mismo estoy solo y todo sólo es proyección.

Para no perder la calma que se evapora en el cuello de mi camisa, pronto me presto a recordar la anécdota de anteayer –pasatiempo a modo de condensador-: él se encontraba a unos metros y yo todo sólo silencio era. Nunca había visto ninguno y mi mente forzaba la captura de algún rasgo que le distinguiese diferente sensible capaz. Mal camino. Era la primera vez que conocía a un zahorí y todo el misterio que le prejuzgaba mutaba a normalidad. Sin embargo, fueron sus palabras –de nuevo ellas- las que me convencieron de su maestría. Fueron sus gestos y trabajo el que me convenció de su valía. Observé aquellas agujas que se cruzaban en ese determinado punto y no otro. “Ahí va lo que conoces como una calle”. Marca de cal. Al momento, ya se encontraba en otro sitio y de nuevo aquellas varillas volvían a ser protagonistas. “Esto es un cruce, seguiremos a un lado y otro, acompáñame por aquí”. ¡Qué si no! Por nada en el mundo me perdería aquel trazado de cal que se escurría por allá y por acá. Cuando finalizó, teníamos un plano exacto de todas las corrientes húmedas profundas olorosas. ¡Una auténtica ciudad! Y a mi exclamación el respondió en una mueca sonriente. “Ponle nombre, hasta que desaparezca, serás capaz de nombrarla”. Sin duda, Alram, el nombre que pocas veces pude pronunciar. Las oscilaciones del péndulo indicaban la profundidad. Unos 30 metros me separaban de aquella ciudad con la que alguna vez había soñado. Pronto aprendí sus calles, me sentía como en casa paseando imaginariamente por sus puentes callejones esquinas atajos. ¡Menudo pálpito! Por un momento pensé que aquello podría ser real y aquel zahorí me lo reveló todo: “Fíjate, no eras sino tú el que hacia que mis varillas se cruzasen. Hace tiempo que dejé de interesarme por venas de agua porque observé que en las personas fluyen infinidad de cosas. Esto es más interesante: descubrir las ciudades que cada uno de nosotros anhelamos, una ciudad interior que puede ser desenrollada siempre y cuando queremos. Basta un soplo y se esparcirá delante nuestro.”

Desde antesdeayer llevo vagando por esta ciudad de palabras. Pronto descubriré cómo volverlas a empaquetar y marcharé sabiendo que la tengo al alcance de mi mano. Ahora me afano en expandirla, incluyo nuevas avenidas de carriles anchos y dejo que los ríos la inunden de olores corrientes profundos húmedos. Las palabras que me dedican las personas que cruzan mi camino inauguran nuevas plazas pasquines cornisas zaquizamíes.

Ahora, si me disculpan…

p.d.: no tengo ni que nombrar qué libro terminé, ¿verdad? 5, 4, 3, 2, 1… ji ji ji...


.....

No hay comentarios: